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domingo, 17 de julio de 2011

SIMBOLOGÍA NUMÉRICA




Cada Sistema de trabajo, cada profesión, cada línea independiente de actuación social, dentro de una sociedad, posee un lenguaje propio, un idioma particular que se compone de ciertas palabras o códigos privados que componen un particular “argot” La simbología numérica tiene su propio “argot” pero ese “argot” tiene una particularidad y es que cada clave utilizada dice no solo aquello que representa sino que va aún más allá del propio significado de tal modo que cada persona se conecta con el signo original en si puede, a través de él, llegar a significados en los que ni siquiera pensó su creador cuando lo inventó de tal modo que los códigos del lenguaje numérico tienen la posibilidad de comportarse como transmisores activos de información, ampliando el propio contenido en función de la capacidad de comprensión del receptor, más allá de las limitaciones que el creador del código pudiera imponerle.


 El lenguaje al que me refiero es el símbolo y es a través de los símbolos como muchos investigadores tanto científicos como filosóficos y místicos lograron conservar y transmitir esa información recogida en sus estudios, de tal modo que los mismos símbolos fueron capaces de ampliar la información contenida en ellos a través de los tiempos.


Posiblemente esos investigadores comprendieron que cualquier lenguaje empleado en la transmisión de sus conocimientos sería incompleto y limitado a la hora de alcanzar a estudiosos o iniciados de otras lenguas, culturas y tradiciones, que por muchas traducciones que se hicieran, tan ímproba tarea sería siempre limitada e incompleta. Llegaron a sí a concebir el único lenguaje universal sin necesidad de comprender sus respectivos idiomas: el símbolo. A través del lenguaje de la simbología, los estudiosos investigadores han transmitido a través de los siglos, información resultante de su trabajo, que sólo podría ser comprendida para quienes pudieran comprender o sintonizar con ese lenguaje.

Hemos venido, pues, para aprender un idioma, un lenguaje. Claves del lenguaje con simbolismo los encontramos, por ejemplo en las antiguas catedrales. A menudo hemos visto símbolos repetitivos en las antiguas iglesias y catedrales, repeticiones de figuras, de números, de geometría, de actividades, que a menudo pudieran no tener nada que ver con la vida eclesiástica o religión.

Hemos pasado delante de esos símbolos sin preguntarnos siquiera lo que pudieran significar o si pudieran resultar algo más que una licencia artística de su creador. En la mayor parte de los casos, no obstante, es algo totalmente intencionado a través de lo que el artista pretendía transmitir a los visitantes capaces de comprender una información particular.

Del mismo modo, encontramos claves de simbolismo en las claves del Tarot arquetípico, que algunos conocen y que la mayoría cree que se tratan solo de naipes de un sistema de adivinación, ignorando que en esas cartas hay mucho más que respuestas sobre el futuro, sino claves acerca de nuestra propia transformación. El Tarot, es realmente un libro que nos habla de nuestro propio interior, de nuestro propio trabajo evolutivo, que solo puede ser comprendido por los que conocen el lenguaje del simbolismo.

Por estos sistemas, a través de los tiempos, los antiguos aprendieron a transmitirnos, en sus claves una información que normalmente no sería comprensible o accesible a través de textos detallados. Hay información, incluso, que ni siquiera se puede escribir, solo se puede sentir cuando uno se sumerge definitiva y firmemente en el símbolo. Es, pues, un lenguaje que solo puede ser comprendido, “leído” por medio de la inmersión en esa llave que es el símbolo mismo.

Uno de los grandes simbolistas del pasado, al que no le hemos dado mayor importancia en ese sentido, fue Pitágoras. Para nosotros fue tan solo un matemático, tal vez el Padre de la matemática, pero lo que se ha omitido por parte de nuestros educadores, posiblemente de forma intencionada, es que Pitágoras más que un matemático, era un filósofo. Un filósofo que utilizó la alegoría matemática para transmitirnos una información nacida de su trabajo filosófico en sus escuelas de iniciación. Y es precisamente ese simbolismo matemático de este trabajo el que marcará el punto de nuestro trabajo con la simbología.

 Pitágoras fundó una hermandad, la de los Pitagóricos, en la que se dedicaban mucho más que al estudio de la matemática al estudio de la filosofía. Practicaban meditación y el ascetismo  la alimentación vegetariana y el estudio de la filosofía de la vida, sumergiéndose a través de las claves matemáticas en la comprensión del Universo y de las leyes que fundamentaban la Creación, intentando comprender el significado de los números y extrayendo de ellos una comprensión de sí mismo y de las Leyes del Universo.



El O – El O es en realidad el número que encabeza una serie numérica y, al mismo tiempo es el que se halla más allá de todo número. Por propia definición, el O es el no-número, y aquel que define la ausencia de cosas y, por tanto, la Nada. Y será este no número el que más nos acerque a la concepción de la Divinidad, pues antes de que existiera cosa alguna, antes de que se produjera cualquier tipo de manifestación, no existía nada, ninguna cosa creada y, no obstante, existía el Dios Eterno inmanifestado. Así Dios era no-cosa, pues ninguna cosa existía aún y así se comprende la gran contradicción entre el “Todo”, Dios, y la “Nada”, reconciliándose ambos en una sola y misma cosa. Si Dios es el Todo, obviamente todo se hallará dentro de Él, incluso la Nada. Entendemos aquí que la Nada es en realidad no-cosa, la inexistencia de algo manifestado. La misma forma del O, evoca la imagen de la semilla, del huevo, que no está vivo en sí pero contiene en su interior el germen de la vida. Esa es una definición correcta para la Divinidad, que no es cosa alguna, pero conteniendo en su interior el germen de la manifestación. El O, representa pues, el principio primordial, la Divinidad misma que se halla más allá de toda expresión y por tanto de cualquier posibilidad de comprensión por parte del hombre. En su interior se desarrolla el germen de la existencia, y ese germen se expresará finalmente en el comienzo de la manifestación, dando lugar a lo que conocemos como “Creación”. La semilla y el huevo evocan igualmente la forma del útero materno, en cuyo interior se gesta la vida para ser posteriormente alumbrada hacia lo exterior, manifestada en el mundo que conocemos.




1 – Del O surge el 1, el punto. El 1 encierra el significado de la primera acción creadora, cuando el Todo decide comprimir pero cargado de un poder infinito. Este punto será el centro de todo lo existente, el “Kéntron”, el punto de partida que se encuentra tras cada cosa manifestada y la raíz del gran árbol cuyas ramas darán lugar el Universo conocido y desconocido, aún cuando cada una de ellas no esté jamás sino aparentemente separada de la raíz. El punto primordial, el 1 nos habla del Dios manifestado, el único e indivisible, el primer punto, la “Mónada”, aquel que contiene en sí todas las polaridades y todos los opuestos y que resulta la fuente de energía de toda su obra, siendo uno con esa misma obra.

2 – No obstante, ese punto precisó realizar un tipo de acción particular para producir la Creación, el movimiento. En ninguna tradición de nuestro mundo se omite un primer paso que Dios debe realizar para crear, una primera acción que determinará el proceso de movimiento, de acción en sí. ¿Cuál es ese paso? Ese paso es la escisión, la división. Dios se divide en dos.

Encontramos en la filosofía china del Yin y Yang. Dios se divide en dos partes iguales, dos mitades idénticas y complementarias que resumen cada una la mitad de sus aspectos. Dos mitades que sienten cada una la ausencia de su complemento, de su otra mitad, dos mitades que se buscan y se repelen constantemente, dos mitades que en esa necesidad de su opuesto producen constantemente el movimiento, la acción. Las dos mitades son el Principio de la Creación.



Todo el Universo lo podemos reconocer como dual: positivo-negativo, activo-pasivo, positivo y negativo, masculino y femenino, Yin-Yang. En la tradición griega en el principio fueron creados Urano (el cielo) y Gea (la Tierra) significados análogos a los de la tradición China con el Yin (la Tierra) y el Yang (el cielo) ¿Acaso la Biblia no nos dice exactamente los mismo? “El principio fueron creados el Cielo y la Tierra”, primeras palabras del Génesis evoca claramente la misma idea de la filosofía griega. La divinidad establece primariamente una dualidad creadora. En todas las tradiciones aparece el mismo principio de división: Isis y Osiris (Egipto), Apsou y Tiamat (Babilonia), Ormuz y Ahrimahn (Persia)…Siempre se nos evoca un principio masculino y uno femenino .


 El principio masculino como fuerza, como energía, como vigor. Muchas veces, a pesar de lo que nos han dicho, el principio masculino no toma parte activa en la Creación. El se mantiene aparte, en la sombra y es el principio femenino, la diosa, la que retoma su fuerza y danza, establece el movimiento y desarrolla, las fuerzas de la creación, hacia abajo, hacia la Manifestación, dando origen al Universo, mientras que el Dios toma esas fuerzas de manifestación en un momento determinado y las proyecta de nuevo hacia arriba. Estos dos principios plantean las fuerzas Universales del flujo y reflujo, planteando una vez más la corriente del dualismo, de la polaridad. Un proceso de creación completo es imposible sin plantear la acción de ese principio polar. Ahora bien, más allá de esa dualidad sigue existiendo el Uno. El Dios trascendente, que recoge en su interior la reconciliación de toda dualidad pues no es masculino ni femenino, ni activo ni pasivo, sino ambas cosas a la vez.



Cuando entendemos esto es necesario rechazar la imagen de un Dios como lo concebimos, que no es un dios hecho a imagen y semejanza del hombre. Cabe comprender a Dios según nuestras limitaciones, pero Dios es mucho más que eso y en su concepción se halla más allá de nuestras posibilidades. Dios no es ni hombre ni mujer, ni joven ni viejo, está más allá de toda polaridad.

Mientras el Uno recoge el principio universal, el Dos es la fuerza necesaria para poder establecer el movimiento, la acción.

3 –La unión del 1 y del 2 nos dará el 3. El 3 es la fuerza que lleva uno hacia otro a los dos principios polares, el poder de la atracción, que conduce a esos dos principios hacia la atracción o hacia la repulsión, generando así el movimiento. Con el 3 surge la triada original que contiene un elemento masculino otro femenino y un tercero de reacción entre ambos, una fuerza que se reserva la Mónada original para hacer interactuar a esos dos elementos que han brotado de ella. El 3 equilibra esos dos elementos distintos y los pone en acción, pues los dos principios polares, aisladamente, no pueden crear. Es necesario algo que llamamos atracción, algo que llamamos magnetismo, para que esas fuerzas puedan actuar y crear. Todo lo que podamos definir como Creación, en cualquier sentido, es el resultado de la acción de dos principios opuestos, uno activo y otro pasivo. Siempre que dos principios contrarios se unen, sin excepción se produce una creación. Ahora bien, la Creación puede ser en dos sentidos distintos: Uno, hacia abajo, hacia la manifestación, hacia la materia y la expresión; y Dos, hacia dentro, hacia el interior, hacia la superación. El 1 y el 2 podían unirse para dirigir su fuerza hacia abajo y generar el siguiente elemento, la manifestación, el mundo conocido, la materia, el 4.



4 – El 4 corresponde, pues, al hijo, resultado de la unión de los dos principios polares, contrapuestos. Esa sería la idea original de Pitágoras. Para él el 4 sería enormemente importante pues resumiría la obra de la Creación y escondería, en su interior, a Dios mismo manifestado. Pitágoras le dio al 4 el nombre especial de Tetractys, siendo un número secreto que resumía la obra creadora uniendo un principio masculino, uno femenino, una fuerza de atracción entre ambos y un resultado final, el hijo. La Tetractys esconde a la Divinidad en su desglose pues 1+2+3+4=10 y 10 es el número de la Divinidad que nos lleva nuevamente al O, tras un ciclo entero de manifestación.

10 Representa a la totalidad y a menudo se define a Dios con esa cifra en numerosas tradiciones. Cuando no existe una expresión física de esos dos principios polares opuestos, esa fuerza se expresa hacia el interior dando lugar a un hijo místico, pudiendo dar lugar a una evolución interior (si se trabaja correctamente) como una  entidad astral independiente, o involución nacida de esos elementos. El trabajo creativo a nivel interior en esa unión puede generar un hijo místico de creación interior, de automejora, de realización. El trabajo negativo en esa dirección crea un ente que nace de la idea errónea y que se convierte en una especie de vampiro “etéreo” que se ceba en los estados anímicos de sus creadores, lo que aumenta la problemática de sus creadores pudiendo caer en estados obsesivos compulsivos, incluso llegar a la esquizofrenia emocional.

Esto último se puede solucionar realizando uniones con una concepción trascendente, lo que elimina esa forma negativa de unión y genera, al unirse los principios psíquicos y emocionales a la pura unión física, un estado interior totalmente armónico, pudiendo, incluso, llegar a provocar una mejora en la salud y un enlentecimiento en los procesos de envejecimiento. Este planteamiento no es en absoluto gratuito, sino que se halla avalado por experimentaciones y técnicas que tienen más de 3000 años, como las desarrolladas por el taoísmo chino o el tantrismo hindú.


Con respecto al 2 podemos observar que la mujer es el único ser que puede “duplicarse a sí mismo” crear otro ser, igual así, luego la asociación del 2 al principio femenino es totalmente exacta. Con respecto al 3 podemos plantear una aproximación a la idea de la Trinidad expresada en distintas tradiciones, Dios es “Uno y Trino” pero debemos refutar la idea clásica –aún vigente en nuestros días- de un Dios Padre, un Dios Hijo, y otro Espíritu, para llegar a una concepción más coherente en torno a un Dios Padre y un Dios Madre, equilibrado por un Dios Todo, neutro que equilibra esos dos aspectos polares. Si nos mantenemos en el simbolismo, descubriremos que los padres de la iglesia, aún eliminando al principio femenino de su triada, lo mantuvieron encubierto tras el símbolo, pues la Paloma es en la tradición el ave de Venus, la Diosa, además del Espíritu Santo, con lo que se nos devuelve al significado original. Esta triada original daría origen a toda la Creación. El 4 es la manifestación final.


El 4 expresa la manifestación en todas las tradiciones, y por tanto, se refiere al mundo material, objetivable, palpable, en nuestra concepción particular. Por ello, al mundo físico material, se le ha denominado la “esfera de los cuatro elementos” Los antiguos creían que toda la creación se hallaba construida por 4 substancias o elementos fundamentales.

Esas 4 substancias eran denominadas por: Fuego, Aire, Agua, y Tierra, Por supuesto que no nos estamos refiriendo al suelo que pisamos, al fuego con el que nos calentamos, al agua que bebemos, o al aire que respiramos, sino a unas substancias que tienen características asociables a dichos productos y cuyas combinaciones constituyen todo lo existente- El fuego se asocia a la energía, la Tierra a la parte palpable, tangible, el Aire a lo impalpable, aunque perceptible y en el hombre se asocia a la mente, al pensamiento, y finalmente el agua se asocia a algo que es fluido, que se puede palpar pero que se escurre entre nuestros dedos y que adopta la forma de su contenedor sin tener una forma definida.






 
 
Continuará………..

Shana