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lunes, 7 de enero de 2008

INSTRUCTORES DE LA HUMANIDAD


El primero de esos Instructores pertenece a una época tan remota que es imposible decir con exactitud en que época vivió; hasta el nombre de ese antiguo héroe e instructor fue moder­nizado, y se lo denomina Hércules. Presentó al mundo, por me­dio de un pictórico drama mundial (de naturaleza simbólica), el concepto de un magno objetivo que sólo podrá lograrse mediante luchas y dificultades. Señaló la meta que los seres humanos debían lograr, sin tener en cuenta los obstáculos, obstáculos presentados en los "Doce Trabajos de Hércules", que fueron presentados en forma de parábolas en lugar de ser acontecimientos reales… Así presentó, a los que tenían ojos para ver y corazón para comprender, la natu­raleza del problema que debía resolverse en el Sendero de Retorno a Dios; describió el regreso del Hijo Pródigo al Hogar del Pa­dre y las pruebas y experiencias que todo aspirante, discípulo e iniciado, debe afrontar y que han enfrentado quienes hoy cons­tituyen la Jerarquía espiritual. Al considerar esta afirmación debe incluirse también al Cristo, el que no obstante haber sido: 'tentado en todo, como a todos" triunfó en las prue­bas y experiencias.


También se desconoce la fecha en que vino Hermes, y según los archivos históricos fue el primero en proclamarse como "La Luz del Mundo". Más tarde apareció el gran Instructor Vyasa. Dio un mensaje sencillo y necesario en el sentido de que la muerte no es el fin. Desde Su época puede verse surgir en la hu­manidad la idea de la posible inmortalidad del alma. Instintiva y vagamente el hombre había nutrido la esperanza y presentido que el abandono del vehículo físico no constituía la consumación final de toda lucha, amor y aspiración humanos. En aquellos días primitivos sólo predominaba el sentimiento y el instinto; las ma­sas no poseían la capacidad de pensar como en la actualidad. En el período de culminación en que ahora vivimos, el trabajo de todo el movimiento espiritista, en sus distintos tipos, es en realidad, el surgimiento de esa corriente de energía mental y la idea que Vyasa implantó en la conciencia humana hace miles de años. El esfuerzo que realizan los intelectuales para demostrar la posibilidad científica de la inmortalidad, también es parte de esta gran corriente, llevada a niveles intelectuales, salvando así, el trabajo realizado por Vyasa, de las brumas del espejismo y la deshonestidad psíquica, que hoy lo rodea. La realidad de la in­mortalidad está a punto de ser probada científicamente; ya ha sido comprobada la supervivencia de determinado factor, aunque éste aparentemente no es en sí intrínsecamente inmortal. La na­turaleza real del alma y su supervivencia y eterna vivencia, son en sí inseparables y no han sido aún comprobadas científicamen­te, sin embargo, son conocidas y aceptadas hoy como verdades por incontables millones de hombres y por numerosos intelectuales que ‑a no ser que constituya un histerismo y engaño colec­tivo -‑ han presentido correctamente su existencia.

El Buddha es el siguiente Instructor, al cual nos referimos a pesar de haber habido otros entre Su época y la de Vyasa. En esos siglos cuya historia es relativamente oscura y sus delinea­mientos indefinidos, la inteligencia de los hombres se acrecentaba rápidamente y la percepción investigadora del género humano era cada vez más activa. Los interrogantes, para los cuales no existe una aparente ni fácil respuesta, fueron formulados por un grupo de pensadores de la India que representaban a los pensa­dores de todos los países. Repetidamente preguntaban por qué existe el dolor y la miseria en todas partes y en cada vida, cuál es la causa de esas cosas y qué se debe hacer para cambiar las circunstancias de la vida; además querían saber cuál es el principio integrador del hombre, qué es el alma y si existe un yo. Entonces vino el Buddha y respondió a estas preguntas y sentó las bases de un acercamiento más iluminado hacia la vida, impar­tiendo esas enseñanzas que abrirían la puerta para el trabajo del Cristo, pues el Buddha sabía que Le seguiría los pasos.

Es interesante recordar que cuando vino el Buddha, aproxi­madamente quinientos años antes del Cristo (pues la fecha exacta del nacimiento de Cristo aún se discute), empezaban a sentirse las primeras tenues influencias de la era pisciana, haciendo impacto sobre la poderosa cualidad de la era de Aries, la víctima propi­ciatoria o el cordero. La influencia de esa era ‑perdurando a través de la dispensación judía ‑ condujo finalmente a la defor­mación de las sencillas enseñanzas del Cristo. Fue erróneamente presentado al mundo como la viviente víctima propiciatoria que cargó con los pecados de los pueblos, originando así la doctrina de la expiación vicaria. San Pablo fue el responsable de este énfasis. Un análogo ejemplo de distorsión tuvo también origen judío, apareciendo en las primeras etapas del cielo de Aries, el cordero. Se ha dicho que los Hijos de Israel adoraron y se proster­naron ante el becerro de oro, el símbolo de Tauro, el Toro, que fue el siguiente ciclo astronómico. Los cielos mencionados no son astrológicos, sino astronómicos. En las primeras etapas de Aries, la enseñanza retrocedió a la de Tauro, y en las primeras etapas de Piscis retrocedió a la de Aries, y así se inició la regresión de la enseñanza que tanto predomina entre los numerosos cristianos ortodoxos.

El Buddha respondió a los interrogantes de Su época impartiendo las Cuatro Nobles Verdades que se refieren eterna y satisfactoriamente a los por qué del hombre, verdades que pueden ser sintetizadas de la siguiente manera: Él enseñó que la aflicción y el sufrimiento eran producidos por el hombre mismo, y que el enfoque del deseo humano sobre lo indeseable, efímero y material, es la causa de la desesperación, el odio y la rivalidad y también la razón del por qué el hombre vive en el reino de la muerte ‑el reino de la vida física, que es la verdadera del espíritu. El Buddha hizo un excepcional aporte a las enseñan­zas impartidas por Hércules y Vyasa, y agregó algo más a la estructuración de la verdad que Ellos habían erigido. Así preparó el camino para el Cristo. Entre estos dos grandes Instructores, el Buddha y el Cristo, aparecieron instructores menores para am­pliar y agregar las verdades fundamentales ya dadas; Sankaracharya entre otros, fue uno de los más importantes, impartiendo profundas instrucciones sobre la naturaleza del Yo. También debe citarse el instructor que figura en el Bhagavad Gita, Shri Krish­na, porque muchos creen que en una encarnación anterior Él fue el Cristo.

De esta manera las verdades fundamentales sobre las que se funda la relación con Dios (y por lo tanto con nuestros seme­jantes), son siempre impartidas por el Hijo de Dios, que ‑‑en un determinado período mundial ‑ es el Guía instructor de la Jerarquía espiritual.

A su debido tiempo vino Cristo y dio al mundo (principalmente por intermedio de Sus discípulos) dos verdades principa­les: la realidad de la existencia del alma humana y el método que sirve como medio (empleo esta frase deliberadamente) para establecer correctas relaciones humanas ‑‑‑con Dios y con nuestros semejantes. Dijo a los hombres que todos eran Hijos de Dios en el mismo sentido que Él lo era. Les dijo, de muchas maneras sim­bólicas, qué y quién era Él, les aseguró que podían hacer cosas mas grandes que las que Él había hecho, porque eran igualmente divinos. Estas cosas más grandes la humanidad ya las ha hecho en el plano físico al controlar la naturaleza, y el Cristo sabía que los hombres lo harían porque conocía la actuación de la Ley de Evo­lución. Enseñó que el servicio constituía la clave para llevar una vida liberada, enseñándoles la técnica de servir a través de Su propia vida dedicada al bien, curando enfermos, predicando e instruyendo sobre las cosas del Reino de Dios y dando de comer física y espiritualmente al hambriento. Hizo de la vida cotidiana un ámbito divino de vivencia espiritual, no deseando nada para el yo separado, acentuando así la enseñanza del Buddha. El Cristo también enseñó, amó y vivió, llevando adelante la magna conti­nuidad de la revelación y de la enseñanza jerárquica; entonces entró en lo arcano, dejándonos un ejemplo para que sigamos Sus pasos lo imitemos en Su fe en la divinidad, en Su servicio y en Su capacidad de penetrar en esa zona de conciencia y campo de actividad denominada la verdadera Iglesia de Cristo, la Jerarquía espiritual ‑actualmente invisible ‑ de nuestro planeta, el verdadero Reino de Dios. El velo que ocul­ta a la verdadera Iglesia está por descorrerse y el Cristo está a punto de reaparecer…


A la luz del pasado y de las actuales necesidades de la humanidad, que el Cristo y la Jerarquía deben enfrentar, ¿qué en­señanzas impartirá el Cristo esta vez? Tal es la pregunta que se formulan ahora Sus discípulos…

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